Por Teresa Duran (del libro del mismo título. Perifèric edicions, 2008)
Paco es hombre de talla breve y parca palabra.
Paco es amigo leal, tímido, generoso y humilde.
Paco trabaja silencioso en el corazón de una Valencia bulliciosa y petardera.
¿Y en qué trabaja? ¡Ah, eso es lo que hace único a Paco!
Paco es domador de líneas.
Ese trabajo requiere mucha paciencia y mucha concentración. A veces mucho tiempo, demasiado…
Y es que las líneas son difíciles de domar. Mucho más de domesticar. Y aún muchísimo más de cazar al vuelo.
Como un cazador de safaris, Paco aguarda que salte una línea en medio de la trampa de la pagina blanca. Pero no una línea cualquiera. Tiene que ser una línea salvaje, con garra de tigre y corazón de león. Las líneas del tipo mosquita muerta le traen sin cuidado. Ni se fija en ellas cuando revolotean a su alrededor.
Al cabo de un tiempo, que suele ser largo, y después de una espera que puede ser desesperante, ¡zas!, una línea salvaje y bestial cae en la página. Hay que agarrarla al vuelo, acorralarla en un ángulo, mostrarle sólo con la mirada que no tiene escapatoria. La línea tiembla, se eriza, se encabrita, se tensa, y es entonces, justo entonces, cuando el domador de líneas agita el látigo de su plumilla y la doma, enseñándole el lugar exacto, preciso, que la fiera tiene que ocupar en la composición.
Y vuelta a esperar.
Salta otra línea, se tensa, y ¡zas! Ahí queda, clavada, expectante, a las ordenes del domador que, con él y con todas las que lleva acorraladas, puede montar un circo donde luzcan mulatas de nalgas rotundas como lunas, caballos de crin peleona, chávalas ombligueras, guerreros de otras épicas, ciudades laberínticas, monstruos amilanados, fuegos de artificios…
Imposible no aplaudir su función.
Imposible no reclamar más, no requerir un bis.
Ha ejecutado su trabajo tan limpiamente, con una tal pulcritud en la escenografía y el atrezzo, la luminotecnia ha sido tan precisa, la coreografía tan exacta, que el espectador queda pasmado ante semejante espectáculo.
Ciertamente no es de los que se ven todos los días.
Incluso las fieras de sus líneas parecen contentas en su nuevo estado. Al ser domadas han perdido libertad, pero no prestancia, fiereza, arrogancia. Lo mejor de todo es que, amansándolas, el circo de Paco no las ha ridiculizado.
Porque Paco es generoso con ellas, bondadoso, no les exige más de lo que pueden dar en una situación límite.
Y ellas lo saben. Se tensan y arquean, se encabritan, tascan el freno, saltan, incluso parecen flotar en el aire, y entonces, ¡zas!, de nuevo el restallar del látigo, otra vez la jaula del escáner, el cepillado del color, la prisión del libro, la tediosa espera en busca de lector…
Paco está acostumbrado a esperar.
Si ustedes no, por favor, pasen y vean.